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LA IMPORTANCIA DEL CONTACTO PIEL CON PIEL CON EL BEBÉ



Durante los 9 meses que dura la gestación, el bebé está en contacto directo y continuo con el cuerpo de su madre, y es que las madres, desde el momento en el que nos enteramos de que estamos embarazadas, consciente o inconscientemente, masajeamos y acariciamos nuestro vientre de marea continua.

La piel es el órgano más extenso, y el tacto, uno de los primeros sentidos que se desarrollan, por lo que, tras este periodo de caricias y contacto tan estrecho, el nacimiento trajo consigo un cambio muy brusco para el bebé. En unos minutos pasa de la contención a la nada; de estar  sintiendo de manera constante nuestro cuerpo, a no tener nada alrededor más que la ropita. A descansar en una cuna enorme para él… Y curiosamente, sin saber cómo, le colocamos en el centro de la cuna, y cuando vamos a verle, observamos que se ha movido y ha buscado con su cabecita tocar la parte superior.

Y hay que entender, que cuando se encontraba gestándose en nuestro cuerpo, todas sus sensaciones eran externas y le llegaban a través de los sentidos y, de pronto, tras el nacimiento, y en apenas horas, comenzó a experimentar sensaciones desde su interior como el hambre o la sed, que no sabía cómo controlar.

El contacto físico entre madre/padre y bebé, le ayuda a relajarse y le aporta seguridad, ya que puede seguir experimentando diariamente, esas sensaciones externas que son las que conoce, y así, al existir un equilibrio entre sus sensaciones externas e internas, la transición no le resulta tan complicada.

Ahora, tras unos meses de continuo contacto y conocimiento mutuo, tenemos que incorporarnos al trabajo y separarnos muchas horas de él (y digo muchas, porque sé, que aunque sean cuatro o cinco o seis, para nosotras se vuelven interminables…), lo que genera un remolino de sentimientos, en muchos casos negativos, con gran coste emocional.

Puesto que la cantidad de tiempo del que disponemos no se puede modificar, hay que compensarlo con calidad de tiempo, algo que podemos hacer regalándonos unos minutos diarios de masaje  en los que nos dediquemos única y exclusivamente a disfrutar del contacto con nuestro bebé. Pero tiene que ser un masaje dado con conocimiento, eliminando cualquier posibilidad de dañar al niño, ya que son muy pequeñitos y no se pueden manipular de cualquier manera. 

Con que este fuera el único beneficio del masaje, podríamos darnos por satisfechas, pero además conseguimos relajarle, le ayudamos a liberar tensiones físicas y emocionales y mejorar la cantidad y calidad de su sueño (y, por lo tanto, del nuestro), entre otros muchos.  Y es que, simplemente, con que el masaje contribuya a liberar gases o a prevenir el cólico del lactante, ya nos vamos a sentir mejor en general, puesto que nuestro bebé estará más tranquilo y cómodo y veremos que podemos hacer algo por ayudarles.

Os dejo una frase que podría resumir el pensamiento del bebé al nacer:
“Nunca me sentí tan protegido como cuando tu vientre contuvo mi cuerpo. Absorta me acariciabas a cualquier hora del día o de la noche y, sin darte cuenta, me mecías con cada respiración. Ahora me miras, arrullas y alimentas… aunque extraño aquel estrecho abrazo en el que tu piel era mi piel”

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